El
barrio de Gràcia de Barcelona hace tiempo que se la está jugando a base de
bien, su fetidez moderna está impregnando los alrededores que da gusto y su
afán de protagonismo ha adquirido un nivel indigno hasta el punto de
convertirse en un mundo aparte, en una modernlandia que hay que combatir. Así
que vamos a ello. Mueran modernos en 3, 2, 1:
Los
graciences se comportan como auténticos camaleones, son expertos en eso de
camuflarse bajo marcas de pasta gansa llevadas como quien compra en C&A o
en la Humana. Son lo que comúnmente se denomina hippie-pijos. Sí, ellos lo son. No tienen descaro, son el auténtico
quiero y no puedo en persona. Tocan pasta y lo muestran, pero siempre con sutil
disimulo, como si no fueran conscientes del valor de sus prendas. Se sienten
cómodos en un terreno de arenas movedizas y les gusta vivir la buena vida
burguesa pasada por el filtro de una ideología alternativa o perroflautística. Son
gente ambigua, no quieren renunciar a nada. Una generación perdida repleta de papás-abuelos
y treintañeros insoportables que se creen los dioses del universo.
En
ésta micro secta todo es posible. Y más si nos fijamos en los retoños de estos
modernos gracienses. Hijos maleducados, pequeños dictadores vestidos de IKKS,
auténticos enanos maquiavélicos capaces de montar los pollos más surrealistas
del mundo para que sus padres-criados-súbditos cumplan sus peticiones. Si su
hijo chilla a lo exorcista hasta girarle la cabeza como las varillas de una
licuadora no pasa nada, que chille. Al fin y al cabo es una manera de
expresarse que no se debe prohibir. Si su hijo se enfila por los árboles a lo
Tarzán de la jungla convirtiéndose en un peligro público no pasa nada, ya que
debe familiarizarse con la sagrada madre naturaleza. Amén. Además, éstos niños
se convierten en sus clones, en maniquíes enanos exhibicionistas de ropa de las
últimas pasarelas de moda infantil mundial (la gente normal ni se entera de la
existencia de tales acontecimientos pero ellos, con ese radar de última
generación, están en la onda). Ahora los niños no van a la escuela para
aprender, eso ya es historia; sino para mostrar delante del profesorado y de
sus compañeros hasta qué punto los padres de estos renacuajos dominan tema
marcas y estilo. Las mochilas Fjallraven Kanken no pueden faltar como tampoco
las mini sneakers ya sean Nike, Le Coq Sportif, New Balance o Adidas. Ellos
tienen estilo, tú no.
Los
padres de éstos futuros delincuentes apuestan por la escuela pública porque
además de que es una opción mega-ultra-progre, permite que sus hijos se puedan
relacionar con las clases sociales más bajas y familias desestructuradas, algo realmente positivo
para la educación alternativa que reclaman. En este contexto de modernillo en
estado puro, los padres se regocijan como un cerdo en un fangal y dan lecciones
de cómo educar a sus hijos a los profesores. Esto es lo nunca visto, el súmmum (vale, soy de la vieja escuela, lo tengo más que asumido, pero esto no es
normal). Por lo tanto, estamos delante de unas familias en las que se
intercambian los roles: los padres pasan a ser la plebe, los hijos la alta
jerarquía y los profesores unos simples títeres a los que cuestionar su
potencial profesional. Su niño siempre es el bueno, la víctima aún y reventarle
los dientes a lo Pressing Catch a uno de sus compañeros en una de las conocidas
pataletas de crío malcriado come-mocos.
Y
agárrate porqué una de las últimas modas es llevar a los hijos a casas okupa a
lo Chiqui Park a la alternativa. Mientras a los niños se arrancan los ojos y
sus padres los aplauden, éstos aprovechan para relacionarse con otros
impresentables al son que se toman una birra (ecológica) y abordan temas tan
previsibles, pedantes y aburridos que dan ganas de dejar de existir. Y una vez
terminado el guateque de clara esencia hipócrita, los papás salen del antro
maloliente con unos niños irreconocibles (pantalones al revés, caras pintadas
con permanente, etc.) y se van para casa con aires triunfantes a lo Rambo
diciéndose a sí mismos que ese día ha sido realmente provechoso. ¿Cómo puede
ser posible?
En
ésta sociedad aislada, a los papás les gusta lo bueno. Sí, como lo oyes. No
solo visten tan bien que dan arcadas, sino que cuidan su dieta hasta el último
detalle. La comida ecológica se lleva el gordo de Navidad y el bote del
Pasapalabra. Los pesticidas y las grandes industrias alimenticias son escoria
que hay que combatir, son la mugre del siglo XXI (si una empresa de comida
basura se va a pique no penséis que es por la crisis, los gracienses han tenido
algo que ver seguro). Por eso no es de extrañar que de aquí poco tiempo los
gracienses tengan en su casa decorada a la última, con mesas y sillas de diseño, una vaca lechera en medio del pasillo a
lo Heidi y Pedro el cabrero. Esto es realmente progre y lo sabes.
Y
es que en Gràcia te sientes extranjero. Sí, es así. En este pequeño país donde
cunde la anarquía burguesa los forasteros se pueden llegar a sentir de cualquier
otro país menos de ese. Parece que no hay normas, pero las hay. Parece que todo
el mundo puede vivir allí, pero no es verdad. Sólo a través de un test se puede
saber si te aceptan o no en el club. Esto no es como rellenar la solicitud de
la tarjeta del súper o de la biblioteca, esto es mucho más complejo. El modelo
común entre el elegido es el de: hipster-hippie-modernillo-burguéscamuflado-hijodepapá-progreadinerado
que pasea con una Dixie saltándose los semáforos. O lo cumples o no lo cumples.
Las reglas son las reglas y no se vale llorar.
También
es sabido que los habitantes de Gràcia tienen un coeficiente intelectual muy
por encima de la media. Se ve que ellos vienen de otra rama evolutiva. Estamos
hablando de un tal homo sapiens
modernillus, los genes del cual solo se expandieron por una diminuta zona
geográfica: Gràcia. A los gracienses no se les puede llevar la contraria, y si
lo haces estás perdido. Aquí no hay conversaciones banales. Aquí Schopenhauer ya es
mundano. Aquí hay nivel, acéptalo. Porque en Gràcia todo el mundo es muy
revolucionario, a lo Che Guevara y Salvador Puig Antich alzan banderas de Prada
al viento y se ponen en boca conceptos que no saben ni qué carajo quieren
decir.
Y
es que aquí en Gràcia se te mira por encima del hombro. Sí, tal cual, pero
además con un descaro exagerado. Tienen los humos muy subiditos, tanto que se
te corta la digestión. A esta actitud de hostia en la puta cara (perdón por la
expresión) se le suma el análisis físico-visual al que te ves sometido cuando
paseas por sus calles. Esa mirada se te clava en el cuerpo hasta removerte las
entrañas mientras te dice: “Vete de aquí miserable, tu no formas parte de este
grupo.” Sí, yo también me siento mejor paseando por la Mina o por el Bronx.
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