dissabte, 21 de febrer del 2015

Hipsters: los grandes timadores del siglo XXI


Estamos hambrientos, nuestro estómago pide urgentemente engullir grandes cantidades de comida, sin respirar, a bocajarro. Somos como uno de esos leones de la sabana africana que quiere cazar a su presa, hacerse con ella, devorarla hasta que no quede ni rastro con el más mínimo ruido, sigilosamente. Al igual que este felino, el verdadero rey de las tierras áridas, queremos estampar nuestro rugido en las caras de los lectores, ensordecerlos. Esta vez vamos a rajar de las tiendas vintage, de los propietarios de estos antros y especialmente de sus compradores. Queremos poner las cartas sobre la mesa, hablar de esta micro-burbuja modernilla que alguien tiene que explotar de una vez por todas.


Últimamente está adquiriendo gran protagonismo esto de comprar en tiendas vintage, únicas en proporcionar la ropa y los complementos necesarios para satisfacer la moda hispter. Pero hay en esta historia de modernillos narcisistas algo que huele a chamusquina, una bomba fétida que está a punto de estallar. ¿Pero qué es? ¿Qué hay detrás de todo esto? El intríngulis de la cuestión solo se puede saber si frecuentas estos sitios, si te adentras en las profundidades de estas tiendas, si eres capaz de analizar los productos que están a la venta, valorarlos y compararlos con otros. Solo si sabes del tema te habrás dado cuenta de este montaje, de esta parafernalia, de este teatro a lo Mourinho, de esta distribución de hipocresía a grandes cantidades como si de droga se tratara; en definitiva, habrás experimentado escalofríos en la espina dorsal tan solo al aproximarte a estos establecimientos, auténtica alergia para la que no hay remedio.

Estos hipsters propietarios de tiendas vintage los podríamos definir como los grandes timadores del siglo XXI. Sí, es así. Los programas de videncia se quedan cortos a su lado. No tienen vergüenza, no, no la tienen. Si ya de por si el prototipo hispter se considera un ente superior es, a través de la venta de ropa ranciosa y arcaica que, valorada a precio de oro, se puede regocijar en su propio ego. Ellos no han entendido nada. No entienden el concepto de second hand ni lo que implica. Si voy al Lost and Found no es para gastarme más dinero que cuando compro en Le Coq Sportif o en Adolfo Domínguez. La ropa de segunda mano tiene que ser por obligación más barata, pero este concepto tan básico no se entiende. Pero esto esos acontecimientos se han convertido en exhibiciones de hipsters infelices en busca de protagonismo, en la necesidad de demostrar que están un escalón por encima de los otros mortales.

Todo el mundo sabe que el second hand es un sistema comercial que te saca de apuros cuando aún no has cobrado el sueldo y ya estás a mitad de mes con la cuenta vacía y necesitas renovar armario, cuando a lloro descontrolado te preguntas por qué los meses pasan tan lentos y en cambio el dinero vuela más rápido que Superman. El segunda mano está destinado a la gente normal, a la gente humilde, a los amantes de los mercadillos que les gusta remover grandes pilas de ropa con el deseo de encontrar la prenda idónea. Nada más que eso. Pero ahora se ve que la ropa usada da poder.

En els Encants, allí donde los anticuarios depositan los escombros que ya han perdido todo el valor, los restos de vidas sin propietarios, de pisos ya vacíos esperando un nuevo comprador, allí donde las migajas se venden a peso, como quien compra 1 quilo de legumbres, en este centro de ebullición diaria llegan los expertos de la moda, la troupe de colegas modernos en búsqueda de su mercancía. Pero lo que hace más daño de esta historieta es precisamente la actitud chulesca -más que sobrada- del prototipo hipster gafapastas que se cree capaz de redirigir el rumbo de la actualidad. Sí, eso hace realmente daño, te revienta por dentro, te deja K.O sin previo aviso produciéndote auténticos retortijones. Ellos son los entendidos, los maestros de la moda, con ellos no se juega. Tenlo claro.  


Vestidos de la abuela, cajitas de metal “Juanola”, gafas, libros amarillentos, tocadiscos, chaquetas de piel, sombreros de copa, maletas, plumas y tinteros… esta es la oferta. Pero la cuestión no es que hay gente que se ha aprovechado de la situación, sino que existe una clientela que compra esos productos, que se gasta el sueldo en estas tiendas y que, en definitiva, se deja timar a lo grande.

Se están riendo a carcajada limpia de los anticuarios, de todos aquellos profesionales que saben de qué va todo esto, del mundo del trapicheo de verdad, de años de experiencia. Seres modernos, hipsters adinerados que se meten en terrenos que no les incumben, en terrenos que reclaman humildad y sabiduría, mucha sabiduría. Aquí no hay carreras que valgan, en este mundo todo es mucho más complejo, la vida del anticuario se aprende en la calle, en los pisos vacíos, en las subastas. ¿Quién son ellos para atribuir valores desorbitados a objetos decadentes? Tan solo chusma moderna que se está expandiendo a modo de plaga imparable. Niñatos al fin y al cabo. 
  


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