dimecres, 25 de març del 2015

Plaga urbana: los hippie-pijos

Como en eso de despellejar no nos gana nadie, vamos a hacerlo a lo bruto, como Hannibal Lecter machacando a su víctima, acabando con ella, haciéndola agonizar hasta al final. Así que agarraros porque vienen curvas y preparos porque vais a echar la pota por la ventanilla a modo de papilla huracanada.


Hemos salido de caza, a contemplar nuestra ciudad, a ver que se traían entre manos los futuros protagonistas de la sección de hoy. Y la verdad es que la presa se ha dejado caer voluntariamente en la trampa, no hemos tenido que rebuscar, su presencia es tan evidente que desentona, produce verdadera rabia. Pero, ¿de quién estamos hablando? En realidad ya tuvo su aparición estelar en estas páginas. No, no hablamos de hipsters ni de modernillos. A lo mejor son mucho peor que ellos. Os damos una pista: botas de montaña, tejanos, jersey de lana con estampado chillón al estilo leñador y mochila de excursionista. A este modelo estilístico se le pueden sumar numerosos complementos como algún que otro tatuaje (especialmente frases en otras lenguas, símbolos de la paz, el yin y yang y toda clase de iconografía de esencia hippie e intelectual), piercings en las orejas perforadas a modo de colador y también rastas, muchas rastas. Estamos hablando de los famosos hippie-pijos, la contradicción y la hipocresía personificadas.

Estos famosos entes son aquellos que lideran las manifestaciones, que convocan las vagas y las asambleas alternativas, que replican al profesor de universidad corrigiéndolo, que tratan a la gente como si la conociera de toda la vida, que llevan una guitarra allá donde van, que se van de viaje a África y lo único que les importa es hacerse fotos con niños y subirlas al Facebook a la espera de que su perfil estalle por la “acribillación” de likes, en definitiva, hijos malcriados a los que no les han enseñado nunca qué son el respeto y la modestia.

Les gusta echarte el rollo, sus proezas, sus liderazgos. Les gusta llenarse la boca, vomitar a cascoporro su vida de hippie-perro-flauta. Y tú mismo le gritarías en la cara sin descaro alguno: ¡tío cállate de una p*** vez, eres más pesado que una vaca en brazos, más empalagoso que la comida de Navidad! Pero no puedes, tragas y asientes con la cabeza. Si lo hicieras te la estarías jugando de verdad, la pesadilla sería descomunal, más dolor que una patada en el escroto. Sí, mucho peor. Una paliza de palabras que te dejaría en coma de por vida.  

La conversación que mantienes no se aguanta por ningún lado, lo sabes. El hippie-pijo intenta sorprenderte abordando temas de alto nivel con el objetivo de que experimentes una auténtica catarsis, que quedes extasiado, que se te caiga la baba a borbotones, a modo de cascada. Pero no, el tema es una mierda. Tan solo es la unión de palabras cultas el significado de las cuales no se sabe. El cafre no sabe lo que está diciendo, se ha perdido en su diarrea mental, pero él mismo se cree su propia mentira. Y es después de este palizón cuando te das cuenta de que te has convertido en la víctima de sus palabras ensordecedoras, taladradoras de cerebros. Y seguidamente analizas lo que acabas de vivir, escarbas un poco y lo que te encuentras es aire, argumentos desprovistos de valor, auténtica basura intelectual. Sí, Cañita Brava es mucho más profundo y más lógico que estos cantamañanas. “El que avisa traiciona” es mil veces mejor que todo lo que te pueda decir un hippie-pijo.


Aquí no vamos de nada. La modestia nos gusta. El respeto también. No nos gusta hablar de los que no sabemos, preferimos callar. Somos cautos. No nos gusta ser hipócritas, más falsos que el ¡falsas! de Ylenia en el Gandía Shore. Nada de tonterías, nada de adornos. No nos gusta rellenarnos la boca con excrementos bañados con caviar. No vamos corrigiendo el mundo, dictando sentencias. No nos creemos los dioses del Olimpo. Es muy fácil: si tratas con respeto se te tratará con respeto.


Los hippie-pijos hacen de su forma de vida mediocre algo que hay que hacer público. Las redes sociales se convierten en la mejor vía para difundir su mentalidad alternativa. Fácil y eficaz con un solo “click”. Dan auténtica vergüenza ajena, me río a carcajada limpia solo al ver la publicación de fotos en las que los porros y las cervezas son los verdaderos protagonistas. ¿Y a mí qué carajo me importa tu vida de fiestero-alcohólico-fumeta? Río para no llorar, lo juro. Y aún tienen la jeta de definirse como unos “anti-sistema”. Yo los calificaría como “voy-de-anti-sistema-pero-vivo-del-sistema”. Tío, deja de decir que eres alumno de la “universidad de la calle”, deja este rollo ya por favor. La verdad es que son cansinos, muy cansinos.

Pero en el bolsillo hay un Iphone, la mayoría de veces roto. Sí, la pantalla agrietada queda mucho mejor, muestra una connotación más progre, más despreocupada. Pero el anorack es The North Face. Pero van a la universidad privada. Pero van a esquiar a Andorra. Pero viven en Sant Gervasi o en Gràcia.

 

Y es que este rollo de progre-hippie-adinerado es una secta. Sí, como lo oyes. Si no entras en su dinámica de no-me-importa-nada-pero-voy-de-intelectual-por-la-vida-leyendo-a-Baudelaire-mientras-me-tomo-una-birra-en-el-bar eres excluido al minuto, en cero coma sales propulsado a la velocidad de la luz. Entre ellos todo está permitido, son representantes de esta izquierda lunática (grande concepto de la grande Pilar Rahola) los ideales de los cuales se les escapan de las manos. Como describe perfectamente la misma Rahola este sector ha creado “el conegut bonisme d’una determinada progressia que ha aconseguit contaminar tota la societat amb el seu discurs florista, multicultural i multi-no-m’assabento-de-res.”  




dissabte, 21 de febrer del 2015

Hipsters: los grandes timadores del siglo XXI


Estamos hambrientos, nuestro estómago pide urgentemente engullir grandes cantidades de comida, sin respirar, a bocajarro. Somos como uno de esos leones de la sabana africana que quiere cazar a su presa, hacerse con ella, devorarla hasta que no quede ni rastro con el más mínimo ruido, sigilosamente. Al igual que este felino, el verdadero rey de las tierras áridas, queremos estampar nuestro rugido en las caras de los lectores, ensordecerlos. Esta vez vamos a rajar de las tiendas vintage, de los propietarios de estos antros y especialmente de sus compradores. Queremos poner las cartas sobre la mesa, hablar de esta micro-burbuja modernilla que alguien tiene que explotar de una vez por todas.


Últimamente está adquiriendo gran protagonismo esto de comprar en tiendas vintage, únicas en proporcionar la ropa y los complementos necesarios para satisfacer la moda hispter. Pero hay en esta historia de modernillos narcisistas algo que huele a chamusquina, una bomba fétida que está a punto de estallar. ¿Pero qué es? ¿Qué hay detrás de todo esto? El intríngulis de la cuestión solo se puede saber si frecuentas estos sitios, si te adentras en las profundidades de estas tiendas, si eres capaz de analizar los productos que están a la venta, valorarlos y compararlos con otros. Solo si sabes del tema te habrás dado cuenta de este montaje, de esta parafernalia, de este teatro a lo Mourinho, de esta distribución de hipocresía a grandes cantidades como si de droga se tratara; en definitiva, habrás experimentado escalofríos en la espina dorsal tan solo al aproximarte a estos establecimientos, auténtica alergia para la que no hay remedio.

Estos hipsters propietarios de tiendas vintage los podríamos definir como los grandes timadores del siglo XXI. Sí, es así. Los programas de videncia se quedan cortos a su lado. No tienen vergüenza, no, no la tienen. Si ya de por si el prototipo hispter se considera un ente superior es, a través de la venta de ropa ranciosa y arcaica que, valorada a precio de oro, se puede regocijar en su propio ego. Ellos no han entendido nada. No entienden el concepto de second hand ni lo que implica. Si voy al Lost and Found no es para gastarme más dinero que cuando compro en Le Coq Sportif o en Adolfo Domínguez. La ropa de segunda mano tiene que ser por obligación más barata, pero este concepto tan básico no se entiende. Pero esto esos acontecimientos se han convertido en exhibiciones de hipsters infelices en busca de protagonismo, en la necesidad de demostrar que están un escalón por encima de los otros mortales.

Todo el mundo sabe que el second hand es un sistema comercial que te saca de apuros cuando aún no has cobrado el sueldo y ya estás a mitad de mes con la cuenta vacía y necesitas renovar armario, cuando a lloro descontrolado te preguntas por qué los meses pasan tan lentos y en cambio el dinero vuela más rápido que Superman. El segunda mano está destinado a la gente normal, a la gente humilde, a los amantes de los mercadillos que les gusta remover grandes pilas de ropa con el deseo de encontrar la prenda idónea. Nada más que eso. Pero ahora se ve que la ropa usada da poder.

En els Encants, allí donde los anticuarios depositan los escombros que ya han perdido todo el valor, los restos de vidas sin propietarios, de pisos ya vacíos esperando un nuevo comprador, allí donde las migajas se venden a peso, como quien compra 1 quilo de legumbres, en este centro de ebullición diaria llegan los expertos de la moda, la troupe de colegas modernos en búsqueda de su mercancía. Pero lo que hace más daño de esta historieta es precisamente la actitud chulesca -más que sobrada- del prototipo hipster gafapastas que se cree capaz de redirigir el rumbo de la actualidad. Sí, eso hace realmente daño, te revienta por dentro, te deja K.O sin previo aviso produciéndote auténticos retortijones. Ellos son los entendidos, los maestros de la moda, con ellos no se juega. Tenlo claro.  


Vestidos de la abuela, cajitas de metal “Juanola”, gafas, libros amarillentos, tocadiscos, chaquetas de piel, sombreros de copa, maletas, plumas y tinteros… esta es la oferta. Pero la cuestión no es que hay gente que se ha aprovechado de la situación, sino que existe una clientela que compra esos productos, que se gasta el sueldo en estas tiendas y que, en definitiva, se deja timar a lo grande.

Se están riendo a carcajada limpia de los anticuarios, de todos aquellos profesionales que saben de qué va todo esto, del mundo del trapicheo de verdad, de años de experiencia. Seres modernos, hipsters adinerados que se meten en terrenos que no les incumben, en terrenos que reclaman humildad y sabiduría, mucha sabiduría. Aquí no hay carreras que valgan, en este mundo todo es mucho más complejo, la vida del anticuario se aprende en la calle, en los pisos vacíos, en las subastas. ¿Quién son ellos para atribuir valores desorbitados a objetos decadentes? Tan solo chusma moderna que se está expandiendo a modo de plaga imparable. Niñatos al fin y al cabo. 
  


diumenge, 15 de febrer del 2015

Gràcia: modernlandia en estado puro




El barrio de Gràcia de Barcelona hace tiempo que se la está jugando a base de bien, su fetidez moderna está impregnando los alrededores que da gusto y su afán de protagonismo ha adquirido un nivel indigno hasta el punto de convertirse en un mundo aparte, en una modernlandia que hay que combatir. Así que vamos a ello. Mueran modernos en 3, 2, 1:

Los graciences se comportan como auténticos camaleones, son expertos en eso de camuflarse bajo marcas de pasta gansa llevadas como quien compra en C&A o en la Humana. Son lo que comúnmente se denomina hippie-pijos. Sí, ellos lo son. No tienen descaro, son el auténtico quiero y no puedo en persona. Tocan pasta y lo muestran, pero siempre con sutil disimulo, como si no fueran conscientes del valor de sus prendas. Se sienten cómodos en un terreno de arenas movedizas y les gusta vivir la buena vida burguesa pasada por el filtro de una ideología alternativa o perroflautística. Son gente ambigua, no quieren renunciar a nada. Una generación perdida repleta de papás-abuelos y treintañeros insoportables que se creen los dioses del universo.   


En ésta micro secta todo es posible. Y más si nos fijamos en los retoños de estos modernos gracienses. Hijos maleducados, pequeños dictadores vestidos de IKKS, auténticos enanos maquiavélicos capaces de montar los pollos más surrealistas del mundo para que sus padres-criados-súbditos cumplan sus peticiones. Si su hijo chilla a lo exorcista hasta girarle la cabeza como las varillas de una licuadora no pasa nada, que chille. Al fin y al cabo es una manera de expresarse que no se debe prohibir. Si su hijo se enfila por los árboles a lo Tarzán de la jungla convirtiéndose en un peligro público no pasa nada, ya que debe familiarizarse con la sagrada madre naturaleza. Amén. Además, éstos niños se convierten en sus clones, en maniquíes enanos exhibicionistas de ropa de las últimas pasarelas de moda infantil mundial (la gente normal ni se entera de la existencia de tales acontecimientos pero ellos, con ese radar de última generación, están en la onda). Ahora los niños no van a la escuela para aprender, eso ya es historia; sino para mostrar delante del profesorado y de sus compañeros hasta qué punto los padres de estos renacuajos dominan tema marcas y estilo. Las mochilas Fjallraven Kanken no pueden faltar como tampoco las mini sneakers ya sean Nike, Le Coq Sportif, New Balance o Adidas. Ellos tienen estilo, tú no.  


Los padres de éstos futuros delincuentes apuestan por la escuela pública porque además de que es una opción mega-ultra-progre, permite que sus hijos se puedan relacionar con las clases sociales más bajas y familias desestructuradas, algo realmente positivo para la educación alternativa que reclaman. En este contexto de modernillo en estado puro, los padres se regocijan como un cerdo en un fangal y dan lecciones de cómo educar a sus hijos a los profesores. Esto es lo nunca visto, el súmmum (vale, soy de la vieja escuela, lo tengo más que asumido, pero esto no es normal). Por lo tanto, estamos delante de unas familias en las que se intercambian los roles: los padres pasan a ser la plebe, los hijos la alta jerarquía y los profesores unos simples títeres a los que cuestionar su potencial profesional. Su niño siempre es el bueno, la víctima aún y reventarle los dientes a lo Pressing Catch a uno de sus compañeros en una de las conocidas pataletas de crío malcriado come-mocos.

Y agárrate porqué una de las últimas modas es llevar a los hijos a casas okupa a lo Chiqui Park a la alternativa. Mientras a los niños se arrancan los ojos y sus padres los aplauden, éstos aprovechan para relacionarse con otros impresentables al son que se toman una birra (ecológica) y abordan temas tan previsibles, pedantes y aburridos que dan ganas de dejar de existir. Y una vez terminado el guateque de clara esencia hipócrita, los papás salen del antro maloliente con unos niños irreconocibles (pantalones al revés, caras pintadas con permanente, etc.) y se van para casa con aires triunfantes a lo Rambo diciéndose a sí mismos que ese día ha sido realmente provechoso. ¿Cómo puede ser posible?

En ésta sociedad aislada, a los papás les gusta lo bueno. Sí, como lo oyes. No solo visten tan bien que dan arcadas, sino que cuidan su dieta hasta el último detalle. La comida ecológica se lleva el gordo de Navidad y el bote del Pasapalabra. Los pesticidas y las grandes industrias alimenticias son escoria que hay que combatir, son la mugre del siglo XXI (si una empresa de comida basura se va a pique no penséis que es por la crisis, los gracienses han tenido algo que ver seguro). Por eso no es de extrañar que de aquí poco tiempo los gracienses tengan en su casa decorada a la última, con mesas y sillas de diseño, una vaca lechera en medio del pasillo a lo Heidi y Pedro el cabrero. Esto es realmente progre y lo sabes.

Y es que en Gràcia te sientes extranjero. Sí, es así. En este pequeño país donde cunde la anarquía burguesa los forasteros se pueden llegar a sentir de cualquier otro país menos de ese. Parece que no hay normas, pero las hay. Parece que todo el mundo puede vivir allí, pero no es verdad. Sólo a través de un test se puede saber si te aceptan o no en el club. Esto no es como rellenar la solicitud de la tarjeta del súper o de la biblioteca, esto es mucho más complejo. El modelo común entre el elegido es el de: hipster-hippie-modernillo-burguéscamuflado-hijodepapá-progreadinerado que pasea con una Dixie saltándose los semáforos. O lo cumples o no lo cumples. Las reglas son las reglas y no se vale llorar.

También es sabido que los habitantes de Gràcia tienen un coeficiente intelectual muy por encima de la media. Se ve que ellos vienen de otra rama evolutiva. Estamos hablando de un tal homo sapiens modernillus, los genes del cual solo se expandieron por una diminuta zona geográfica: Gràcia. A los gracienses no se les puede llevar la contraria, y si lo haces estás perdido. Aquí no hay conversaciones banales. Aquí Schopenhauer ya es mundano. Aquí hay nivel, acéptalo. Porque en Gràcia todo el mundo es muy revolucionario, a lo Che Guevara y Salvador Puig Antich alzan banderas de Prada al viento y se ponen en boca conceptos que no saben ni qué carajo quieren decir.

Y es que aquí en Gràcia se te mira por encima del hombro. Sí, tal cual, pero además con un descaro exagerado. Tienen los humos muy subiditos, tanto que se te corta la digestión. A esta actitud de hostia en la puta cara (perdón por la expresión) se le suma el análisis físico-visual al que te ves sometido cuando paseas por sus calles. Esa mirada se te clava en el cuerpo hasta removerte las entrañas mientras te dice: “Vete de aquí miserable, tu no formas parte de este grupo.” Sí, yo también me siento mejor paseando por la Mina o por el Bronx.